Ha pasado lo siguiente:
1. Una cuadrilla -y añade-: ´en el peor sentido de la palabra´- que pretenden mangonearnos.
2. Otra cuadrilla -y añade-: ´en un sentido todavía peor de la palabra´- que os estáis dejando mangonear.
3. Y nada más”.
Y se queda tan tranquilo. Ha hecho una síntesis de los problemas mundiales en tres segundos. Le pregunto: “¿Por qué dices que hay muchos que se están dejando mangonear?” “Mira, os estáis dejando mangonear en muchas cosas, creyéndo todo lo que os dicen, aceptándolo sin ningún criterio y tragándo todas las teorías que a esta gente se le ocurren”.
Prefiero no preguntarle quién es “esta gente”, porque, como ya sabéis, cuando quiere decir algo, hace como el Director de la oficina del Banco, cuando habla de sus jefes, que señala hacia arriba, aunque esté al aire libre.
Sigue: “Con mucha frecuencia, esta gente miente”. Me mira y dice: “¡MIENTEN! ¿Me has oído?” Y, lleno de entusiasmo, finaliza: “Ésta es la época de los cantamañanas, o como diríais los que habéis estado en Arvard (siempre lo pronuncia así): de los morningsingers”.
En ese momento, ignora la presunción de inocencia (o sea, que todo el mundo es bueno, mientras no se demuestre lo contrario) y dice que, en cuanto sale alguien por televisión, piensa: “¡Otro cantamañanas!”.
Y entonces viene lo peor: la llamada a la revolución civil. A mí lo de las revoluciones no me gusta nada. Me suena a que hay que quemar cosas, romper cristales y tirar botes de humo. Y no estoy para eso, porque, con lo que al género humano le gusta la gresca, sólo falta que los aficionados nos dediquemos a calentar a la gente para que se organice un cisco.
Le pido a mi vecino que concrete, a ver si así consigo que baje el tono de voz y que me dicte despacito. Y concreta. Y me dice que:
1. Hay que jubilar al 96,55 % de los políticos en ejercicio en este país.
2. Hay que jubilar al 87,25 % de los financieros de este país.
3. Hay que jubilar al 94,12 % de los sociólogos-filósofos-teólogos de este país.
4. Hay que echar de España (esto es peor) a TODO cantamañanas que vaya diciendo idioteces por ahí.
Yme dice: “Lo de los porcentajes no es exacto. Pueden ser más o menos. Pero he puesto una cantidad alta para que quede claro que son muchos. Y he puesto decimales para que se vea que lo tengo muy pensado. Y así se termina la primera parte”.
Quedo con mi amigo en que en el próximo desayuno escribiremos la segunda y última parte. Y me dice: “¿Quién te ha dicho que es la última parte? Sí que es la segunda, pero no es la última, porque ahora tengo que hacer dos cosas:
1. Detallarte la cantidad de tontadas que te estás tragando, y eso que tú, oficialmente, eres de los listos. Pues fíjate lo que se tragarán los no listos.
2. Decirte lo que tú y los demás tenéis que hacer. Ahí va lo de la revolución civil. Y no sigo, porque tengo trabajo.
La revolución puede esperar una semana. Tengo que trabajar. Pues esperaremos una semana, pero quiero advertiros de que quizá la revolución se retrase un poco más. Dependerá del frío. (Reconstrucción de una conversación con el amigo de Badía)
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