Un día en un aeropuerto, en un retraso de más de seis horas de esos que llaman "por motivos técnicos", absolutamente desesperada, me compré un libo de autoayuda para ver si me servía para un momentazo por el que estaba pasando. El libro era algo titulado "Tú puedes hacer algo por ti". El autor no mentía, lo dejaba todo en tus manos y él se embolsaba unos euros. Era un sofista de la escuela de Atenas (Las Vegas).
En el tercer párrafo, decía que si te muestras mal, tienes que sonreír y que al imitar la sonrisa, se supone que tu estado cambia. Aseguraba que para acostumbrarse hay que sonreír mucho. Y como entrenamiento proponía que hay sostener un lápiz entre los dientes. Creo que fue el mentor de Zapatero (de él me quedé traumatizada de la sonrisa perpetua).
No quería sonreír, porque me parece que eso de la sonrisa está muy sobrevalorada, incluso en las entrevistas de trabajo. ¿Por qué vas a sonreír si quieres trabajar y no pasar unas estupendas vacaciones? ¿hay alguien de los que tienen el poder que no sonría?. No, porque el poder y el saberse incompetente les lleva a sonreir - les debía dar carcajadas- y a trabajar mucho menos. Tienen muchas comidas de trabajo y reuniones en campos de golf.
Más adelante en la segunda página, haciéndose
eco de las teorías de William James, que era un señor que había investigado, afirmaba con todo el morro que según la
investigación, usted sólo tiene que hacer los movimientos
físicos adecuados y sus emociones cambiarán. Intenté bailar, no conseguí nada.
También recomendaba "fingir cualquier conducta hasta conseguirla" - en este caso, para explicar el cambio de
nuestro personaje y nuestra forma de actuar, se remontaba a Aristóteles. Lo
llamaba "habituación" y parece ser que el filósofo aconsejó que así como nos convertimos en músicos tocando la lira, llegamos a ser valientes al actuar con valentía, y si somos presuntuosos y creemos que valemos, sólo hay que parecerlo y repetirlo.
Llegado a este punto, el retraso de avión era lo que menos me indignaba.
No se trataba de "ser uno mismo". Sino de ser alguien que no eres. Tratando de comportarnos de manera que no se esté demasiado conectado con la realidad, ésta se aleja y a menudo es más sostenible. Las personas están donde están, por una combinación de talento y
trabajo duro, decía. Y con la ayuda inestimable de parientes en el poder, mucha suerte y descaro, añado yo.
Luego está esa recomendación tan fabulosa de exagerar y vender incluso diplomas o conocimientos que no tienes; el llamado "síndrome del impostor". El resultado es que estamos rodeados por esos personajes que han leído libros de autoayuda. La charlatanería no deja de ser charlatanería, aún en caso de que esté adquirida en una asociación profesional o partido político y con diplomas acreditados.
En muchos ámbitos, sin embargo, no hay ninguna prueba de competencia que no sea por los resultados. Muchos
de los mejores escritores, artistas, músicos, cocineros,
modistas y otros, tienen poco o ningún entrenamiento formal -bueno, ahora más que antes- pero lo que de verdad tienen es la convicción de mucho entrenamiento, y la creencia de que para mejorar hay que estar convencido de que no lo hacemos demasiado bien.
Si fueramos honestos, deberíamos tener miedos a
ser un fraude andante, una mentira, un falsario. Debemos sentir- en algunas ocasiones- que nos sobrepasa la responsabilidad, aunque debamos
disimularla. Y me identifico con los que les ocurre. En realidad, creo que cierto tipo de
temor a la impostura es completamente sano y apropiado. Es mejor esta clase de inseguridad, es más positiva que, por el contrario, partir
de la sobrevaloración de uno mismo.
Hoy escuchamos repetidamente las palabras “oportunidad”,
“transformación”, “desafío”. Palabras que si se analizan con detenimiento, nos han llevado a la crisis más aguda de la última historia. Todos los dirigentes ven una "oportunidad" para la "transformación" de la sociedad y por ello aceptan el "desafío" de cambiarla.
Todos han aprendido lo poco que saben, de palabra hueras que han leído en libros de autoayuda. Y ahí seguirán, hasta que aceptemos el desafío de echarlos a patadas, porque lejos de
plantearse abandonar, no vacilan en tomar decisiones implacables-que no impecables-, y que además sostienen con
aparente firmeza. Gente segura y con enorme poder de charlatanería, que en política, finanzas o empresas pilotan repletos de tópicos y que nunca han
sufrido el síndrome del impostor. Y todos sonríen. Incluso el tiburón al atrapar a la presa.
Han seguido el consejo de la mejor autoayuda: !búscate la vida! Lo malo es que también siguen a pie juntillas el "sé tú mismo!
Por cierto, envalentonada por las tres primeras páginas, llenas de consejos de ser la que no soy, fui a la librería y cambié el libro por uno de derrotas y fracasos de esos que son buena litaratura.