viernes, 30 de enero de 2015

abandonar el tabaquismo de estar sentados



Ahora se puede practicar en horario de trabajo. Lo último es celebrar reuniones mientras se camina. La cifra recomendada oscila entre los 35 y los 50 kilómetros (noleer horas) por semana. En lugar de negociar proyectos o discutir ideas entre las paredes de una sala iluminada por fluorescentes, a los postres de un interminable almuerzo o incluso durante un café informal, lo más moderno es convocar a tuinterlocutor a un ‘walking meeting’. 
 
¿La principal ventaja? Agilidad física y mental. En movimiento, la mente se oxigena y el diálogo es más natural y fluido. La lucidez sale por los poros de la piel junto con el sudor de la caminata. Aquello de poner un futbolín en la sala de juntas o pufs de colores en el ‘selfservice’ para fomentar la creatividad en una atmósfera buen rollista ya está superado. 
Ahora, solo hay que acordarse al salir de casa de llevar una bolsa con ropa y calzado cómodos por si se cuela en la agenda una cita andante. Los defensores de la cultura del bienestar ya están haciendo alharacas a este nuevo procedimiento, entre ellos Arianna Huffington, la magnate de la prensa en internet de Estados Unidos. Después de haber sufrido en 2007 un colapso por agotamiento, esta periodista se replanteó su vida con unas estrategias para controlar el estrés que recomienda en su libro ‘Thrive’ (todavía no se ha publicado en España). 
 
Dormir 30 minutos más al día, desconectar todos los aparatos eléctricos del dormitorio y tirar algo al final de cada jornada como gesto liberador son algunas de ellas. Y, por supuesto, la más agradable de todas, pasear.
 
«Permanecer sentado es el tabaquismo de nuestra generación», asegura Nilofer Merchant, consultora de Silicon Valley y una de las brillantes conferenciantes de Ted Talks, que incita en su discurso (www.ted.com) a no sacrificar la salud en el trabajo por falta de actividad física. Ante un auditorio repantigado en sus butacas, lo primero que suelta provoca un respingo: «Lo que estáis haciendo justo ahora mismo os está matando». Para ella, esta cruzada de las ‘citas de paseo’ empezó cuando una persona con la que tenía que mantener una conversación de trabajo le propuso como alternativa que la acompañase a sacar a los perros. «Me parecía un poco extraño…, y sabía que yo también terminaría jadeando». 
 
Pero se apropió de la idea al ver que la "reunión" resultó muy fructífera. Ahora defiende que en contacto directo con la naturaleza, los problemas se ven desde una perspectiva distinta y que es más fácil encontrar soluciones viables y sostenibles. «Os sorprenderá ver cómo el aire fresco impulsa el pensamiento innovador», dice. Que se preparen los gimnasios, porque pueden sufrir un cataclismo de bajas.

martes, 27 de enero de 2015

las contradicciones del capitalismo serán su final


Siempre creí que el capitalismo morirá por la obscenidad capitalista. Y es desde dentro que lo llevarán a su final. De hecho, lo que ha ocurrido en Grecia augura una temporada de cambios, porque ninguno de los bipartidismos ha hecho nada por parar las noticias reales de un mundo de ricos que cada vez lo son más, en un mundo de pobres, que pagan las miserias de la crisis provocadas por el sistema con sus impuestos.  

Con todo, la cualidad de la democracia griega que hoy más echo de menos es la parresia, que consiste en atreverse a decir todo lo que uno piensa, arriesgando desde el ridículo, al ninguneo de la opinión dominante, incluido el desprecio, cuando no el odio, de los poderosos. Bailar fuera del tiesto se paga siempre a un alto precio.
Justamente, la falta de parresia explica que a la mayoría de los economistas, y con ellos a sus fieles seguidores los políticos, les haya pasado inadvertido durante casi cinco años algo tan obvio como las consecuencias financieras de la burbuja inmobiliaria. ¿Cómo se explica, por lo demás, que la inmensa mayoría de los economistas no hayan previsto la crisis?
 
Atreverse a manifestar algo que se salga del marco de los intereses dominantes lleva consigo de inmediato una descualificación que nos condena a la invisibilidad, con un alto coste en prestigio y otras gabelas que pagaríamos de buen agrado, si ello no implicase perder la plataforma pública desde la que poder alzar la voz.
Un ejemplo contundente. Se han escrito montañas de papel sobre la durísima crisis que nos aflige, sin que apenas haya saltado a la palestra el nombre de Marx, el primero que describe las crisis económicas, vinculándolas al modo de producción capitalista. En teoría no podrían existir, ya que la ciencia económica daba por descontado que el mercado acopla la producción a la demanda, pero si se presentan, como en efecto ocurre, se deberían a catástrofes naturales, malas cosechas, disturbios sociales, inflación y subida incontrolada de los salarios, explicaciones que Marx rechaza como la causa de crisis que se repiten periódicamente, todo lo más concede que podrían ser síntomas.
La superproducción, piensa Marx, es la causa última de las crisis, a la que suele preceder un periodo de especulación desmedida que en las ramas más diversas aporta una prosperidad generalizada que impulsa a producir más de lo que puede asumir el mercado. 

Las crisis estallan en la economía financiera especulativa, para luego extenderse a la economía productiva, pero su causa última es siempre la superproducción, a la que precede un periodo de expansión.
Marx subraya la gran paradoja de que, cuando la mayoría carece de lo más elemental, se acumule una gran cantidad de mercancías invendibles. Habla del “milagro de la superproducción y supermiseria, en la que puede haber superabundancia de productos, aunque a la vez la mayoría sufra bajo la aguda necesidad de los medios de vida más elementales”. La conjunción de salarios bajos y de una enorme producción de mercancías que los altos beneficios impulsan, lleva a que las mercancías tengan que venderse por debajo del coste de producción, que es lo que Marx llama superproducción, que se corresponde con un consumo muy por debajo de la capacidad productiva, infraconsumo.
 
De las crisis solo se sale llevando a cabo una completa renovación del aparato productivo, destruir para volver a construir, lo que permite al capital volver a obtener beneficios. La crisis finaliza con la recuperación de la tasa normal de beneficio, reestableciendo el equilibrio del sistema. Marx las compara con el vómito de los romanos, hacer sitio para continuar comiendo, así el capitalismo necesita autodestruirse periódicamente para volver a originar beneficios.
No cabe con la brevedad necesaria señalar aciertos y fallos de la primera teoría que se dio de la crisis, el principal error suponer que al final “las contradicciones internas” desembocarán en el fin del capitalismo, ni mucho menos completarla con la teoría de Keynes, que se centró en el domeñar las crisis para salvar el capitalismo. 

Lo único que ahora me importa subrayar es hasta qué punto la economía dogmática dominante, temerosa de la parresia, se niega a reconocer los hechos más obvios.

domingo, 11 de enero de 2015

el Museo Reina Sofía tiene director radical-chic





Manuel Borja-Villel en un editorial del nuevo de Carta (revista oficial del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía) carga contra la influencia del mercado en las prácticas artísticas y la conversión del público en una masa “sumisa” que se reúne “alrededor de un líder, héroe o ídolo”, “muy distinta de la multitud que ocupa las plazas”. No confundir al 15M con la masa. – está claro que Borja no quiere confundir -.

En lo que se entiende como una autocrítica al hilo de la exposición más popular de la breve historia de la institución, Dalí. Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas, el director del Museo Reina Sofía señala en su artículo  el espectáculo se ha convertido en una necesidad. Y dándose cuenta que no tiene un local radical dónde poder dar tal y como el mismo escribe “Tal vez sea la gran posibilidad de crear espacios de resistencia y libertad en una sociedad que ignora aquello a lo que no le encuentra utilidad, que no sirve”. 





Es un mundo de consumidores como este, compuesto por “individuos excitados” que “no forman un público propiamente dicho”, Manuel Borja-Villel define a esa masa que ha sobrepasado las expectativas en asistencia alentadas por la fama de Dalí, como “una amalgama no reflexiva, compuesta de subjetividades a medias, de personas sin perfil que se reúnen alrededor de un líder, héroe o ídolo, y se identifican con él”. Sumisos adoradores del dios Dalí. Y determina: “Sus actos tienden a la sumisión, no a la emancipación. De ahí que no necesite de la voz de un artista o de un intelectual que cuestione su mundo”. El intelectual y su conocimiento ha sido sustituido por el ruido y el centro comercial y los museos cada vez son más parecidos a estos últimos. Flaco favor le han hecho los espectadores al director del MNCARS, a los que fustiga por ser “masa excitada”.



El mercado y el espectáculo han hecho que lo que Borja-Villel denomina “razón populista que -según el dirigente del museo con mayor presupuesto del estado- “se caracteriza por el deseo de dirigir nuestra atención hacia lo que está exento de interés y prestarnos como novedad lo que hemos visto hasta la saciedad”.

 “El capitalismo avanzado reduce cualquier expresión estética a un producto indiferente e intercambiable”, escribe. Esa es la razón por la que más de 70.000 personas pasaron por el museo las primeras semanas de la convocatoria.. La exposición de Dalí no es la única que vincula a la "razón populista", para el director del Reina Sofía las dedicadas a Velázquez y Monet, en el Prado, o Hopper, en el Thyssen, están en la misma línea.  



En un escrito muy beligerante contra la táctica de otros museos cercanos al Reina Sofía, entregados y habituados a los pelotazos y a las mentiras, anota que la práctica artística ha quedado reducida a una cultura de consumo. Asegura que es la culpa es la precarización de la crítica, porque sus parámetros de evaluación han caído de “manera alarmante”. “El resultado es ese todo vale” tan popular en algunos sectores del arte contemporáneo”, subraya.



 “Cuando nuestra investigación de años, realizada con dinero público, acaba siendo objeto de especulación en manos privadas, nos damos cuenta de que, por desgracia, nuestro trabajo contribuye a asentar aquello que criticamos”. 

Alta cultura contra público popular. Elitismo que no está mal, pero creo que debía encontrar su público. Arriesgándose a posicionar un museo radical de bajo presupuesto. Creo que la soberbia de este señor corre pareja con su interés por molestar a quienes seguro no le leen.

Y conste que esa cultura elitista es verdaderamente interesante.