miércoles, 19 de noviembre de 2008

me rindo


Por todo el país, las familias que habían oído las noticias se miraban entre sí y decían "dios mio", o "cual será la próxima", "me rindo"; antes de embarcarse en una velada viendo la televisión, o en una buena comida caliente, o en una excursión al bar, o en una velada en la sociedad de corifeos quejosos. Por todo el país los ciudadanos se echaban la culpa unos a otros por todo lo que iba mal: los sindicatos, el gobierno, los mineros, los obreros del sector del automóvil, los hombres de la mar, los árabes, los irlandeses, sus propios maridos, sus propias esposas, su propio y perezoso vástago que no servia para nada, la educación integrada. Nadie sabia de quién era realmente la culpa, pero casi todo el mundo se las arreglaba para quejarse enérgica y justamente de alguien; sólo unos pocos estaban sumidos en un honorable silencio. Aquellos que durante veinte años se habían quejado del aumento del coste de la vida, naturalmente, no tenían la elegancia de desear haberse ahorrado el aliento para enfriar sus quejas, porque aquel que se queja una vez se queja siempre, así que los que más se habían quejado cuando no había nada de que quejarse disfrutaban ahora de lo lindo.

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