El sueldo de un diputado europeo acaba de ser duplicado. Unos 19.000 euros (sí, más de 3 millones de las antiguas pesetas) mensuales, prebendas -muchas- aparte. Es, lo reconozco, un excelente argumento para ser europeísta. Un diputado de Estrasburgo no sirve, en rigor, para nada a nadie. Salvo a sí mismo. Su confort está resuelto. De por vida. No seré yo quien censure su entusiasmo. Corren tiempos muy duros. Convengamos que, para esos prebostes -o, más bien, ex prebostes, jubilados, voluntariamente o no, de la política activa-, la UE es una cosa extraordinaria. Está mas que justificado que ellos pidan nuestro voto. Aunque, más bien, deberían, visto como están las cosas, suplicarlo. Nada que objetar: cada cual se gana la vida con lo que sabe; y los de profesión electos, no son sabios en demasiadas cosas. Planteémonos sólo la pregunta desde el otro lado: ¿obtienen del Parlamento de Estrasburgo algún beneficio, del tipo que sea, los ciudadanos de Europa?
( Gabriel Albiac)
El 60% de los europeos no votan, y les llaman euroescépticos. En las listas españolas hay desde jubilados políticamente, hasta incompetentes como Maleni, compañeros del lider, ex-mujeres de Presidente, y otros chicos a los que hay que alejar y agradecer pasados no tan eficaces.
Si los que no votan son euroescépticos, los que están en las listas se les llama eurocínicos.
¿Cómo creer en lo que vemos?, si es más fácil tener fe en lo que no vemos.
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