jueves, 27 de diciembre de 2018

lo feo es lo bonito ahora


La vida se ha vuelto muy confusa.

No resulta difícil identificar el eco de lo artificial y lo exagerado con el momento presente, de hecho una de las tendencias al alza que destaca la empresa Trendhunter es el “Mainstream campy”, que es definido como una mezcla de subversión estética y de kitsch. Andrew Bolton, el comisario de la muestra del Metropolitan —realizada en colaboración con Gucci y su director creativo actual, Alessandro Michele, rey absoluto del barroquismo fagocitador versión siglo XXI— ha subrayado cuán oportuno resulta este proyecto a la vista de la actualidad política y cultural.

Y es precisamente en estos dos campos, en la política y en la cultura, donde la poeta y crítica francesa Annie Le Brun se concentra para denunciar, en su ensayo recientemente publicado en español Lo que no tiene precio (Cabaret Voltaire), “un afeamiento del mundo que progresa sin darnos cuenta”. La acumulación y los ingentes residuos que se generan están en la base de la propagación de lo feo, según Le Brun. El turismo de masas —“ya no son seres los que viajan sino selfies”—, la contradictoria idea de las tiendas de lujo en aeropuertos, o la obsesión por cuerpos estilizados en gimnasios —“todo es belleza sobreactuada hasta la caricatura”—, son muestras de la homogeneización rampante y destructiva que subleva a la ensayista. “Al igual que el régimen soviético trataba de modelar las sensibilidades a través del arte realista socialista, parece que el neoliberalismo ha encontrado su equivalente en cierto arte contemporáneo cuya energía pasa a instaurar el reino de lo que yo denominaría el realismo globalista”, escribe. La continua creación de valor sin riqueza que caracteriza los mercados financieros se ha traspasado al terreno del arte, donde se vacía el significado en exposiciones promovidas por grandes museos y fundaciones, clama Le Brun, en un constante “saqueo-plagio de la historia del arte donde ya nada existe si no es aumentado de veinte a cincuenta veces”. Prima el sentimiento sobre todo lo demás —“la sensación, además, ya no tiene más medida que lo sensacional”— y la unicidad o distinción “consiste en pagarse el lujo de apostar por todas las contradicciones”. Atrás quedaron las artes y tradiciones populares que según Le Brun “han constituido la más formidable barrera contra la fealdad durante siglos”, fagocitadas hoy también por los gigantes del mercado.

1 comentario:

Genín dijo...

Que raro que se te haya ocurrido escribir sobre esto en estas fechas, que no me parece mal, al contrario, interesante, pero me llama la atención y como siempre, te lo digo... :)
Besos y salud