El español medio disfruta más de las pequeñas intimidades que de las grandes ideas. De este trabajo se ha ocupado la televisión más y mejor que nadie. Durante las tres últimas décadas, la coartada del entretenimiento, alimentada por un reguero de programas infames, ha generado una imbatible fascinación por las miserias cotidianas y las emociones más primarias. Esta invasiva cultura de la mediocridad rechaza las ideas y la discreción, dos cualidades que apenas se observan en los políticos.
Daban lástima los esfuerzos de los candidatos por vender el ahora impagable valor de la normalidad. Allí estaban con sus gustos normales, sus defectos normales y sus aficiones normales. Transmitían el más falso de los mensajes: son los hombres comunes, sin aristas, levemente defectuosos, los más preparados para dirigir los destinos de un país que si por algo se distingue es por la anormalidad.
Pocas épocas han sido más inquietantes que la actual, sometida a una crisis sangrante de corrupción, paro, desigualdad, sectarismo y tensiones territoriales. Puede que la mediocridad venda bien y pesque votos en grandes cantidades, pero este tiempo merece exactamente lo contrario de lo que pregonan los políticos. O sea, más discreción, ideas y grandeza, porque esta fingida normalidad desprende un olor a hule y repollo que apesta.
(Santiago Segurola)
(yo de momento me pongo una estampa del patron de los humanos qu demuestran serlo.)
5 comentarios:
Si, hace tiempo que apesta... :(
Besos y salud
A repollo y coliflor...
Un beso.
Toda la razón del mundo, eso que ahora llaman "gente normal" tiene más taras de lo que podemos soportar. Si aún por encima son de los que tienen responsabilidad sobre nosotros ya es para echarse a temblar.
Besos, Marcela.
El ambiente es vulgar y vulgar para alguien que tiene que dar ejemplo y ser referencia, no es un buen atributo...
Un saludo
Bra-vo.
Un saludo
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